Published in Afkar - Ideas 61
December 2019
“La revolución ha conseguido en pocos días lo que tres décadas de posguerra no han hecho: la gente se ha reconciliado en la calle. Hay un error de interpretación, no somos una sociedad dividida”.
Cuesta cuadrar la agenda con Carmen Geha en estos días con aires de revolución en Líbano. Esta investigadora y profesora ayudante doctor de la Universidad Americana de Beirut, especializada en las movilizaciones de la sociedad civil en la región de Oriente Medio y el Norte de África, ha participado desde el primer día en las protestas. No solo por interés académico sino por su activismo feminista, y para apoyar una reforma política y democrática de Líbano. Unas manifestaciones masivas –se estima que podrían haber salido un millón de personas–, cuya mecha prendió el 17 de octubre por la propuesta del gobierno de imponer una tasa sobre las populares llamadas de whatsapp. Desde entonces, las protestas se han generalizado por todo el país, clamando contra una élite política sectaria a la que acusan de haber arruinado Líbano con corrupción y clientelismo. Con las redes sociales como plataformas de comunicación, personas de edades, clases sociales y confesiones distintas han nutrido unas marchas no-violentas y repletas de imaginación.
AFKAR/IDEAS:Muchos consideran que estas protestan marcan un punto de ruptura sin retorno con el actual sistema político en Líbano. ¿En qué consiste este sistema?
CARMEN GEHA: Tenemos un sistema muy especial –arcaico y viejo–, que requiere un reparto del poder entre la élite política basado en su representación confesional. Así que todos nuestros partidos son casi al cien por cien sectarios. Sus líderes, además, están aliados con el poder económico y las autoridades religiosas. Después de la guerra civil [1975- 1990], estos líderes se garantizaron una amnistía para perdonarse los crímenes de guerra y se pusieron de nuevo de acuerdo para gobernar juntos. Este grupo de hombres extremadamente corruptos ha estado en el poder durante los últimos 30 años. Y la gente ha dicho basta.
A/I: Este sistema de reparto de poder ha ido acompañado de políticas económicas neoliberales. ¿Cuál ha sido el resultado de esta combinación?
C.G.: Vivimos un momento de derrumbe económico y político. Tras la guerra, y sobre todo desde 2005, se han aplicado políticas neoliberales muy claras que vaciaron el Estado y lo han convertido en una máquina clientelar, disparando la deuda pública. Pagamos los servicios de telecomunicaciones más caros, no tenemos ayudas para la vivienda, los espacios públicos han sido privatizados, el sistema educativo es privado o está en unas condiciones deplorables… Básicamente hicieron a los pobres más pobres y a unas pocas personas muy ricas.
A/I: Dice que este tipo de organización es arcaica y vieja. ¿De dónde viene?
C.G.: Se remite al tiempo de los otomanos, que dio un estatuto especial a la región de Monte Líbano, según el cual cada comunidad que habitaba la zona tenía capacidad de autogobierno a través de unos tribunales religiosos. Este sistema pervivió bajo el mandato francés y pasó a ser parte del acuerdo entre los padres fundadores de Líbano. Pero se trata de un pacto informal, nuestra Constitución no es en absoluto sectaria, apela a un Estado civil secular.
A/I: ¿Líbano está pues en manos de unas pocas familias?
C.G.: Hay una oligarquía de familias. La mayoría ya estaba en el poder hace casi un siglo, pero incluso los recién llegados se han integrado bien. Un ejemplo es la familia Hariri –padre e hijo–, que no eran parte de estas viejas dinastías. Polarizan la política, diciendo a los libaneses: “estás conmigo o contra mí”. Pero en realidad nunca compiten entre ellos. De hecho, en las elecciones nunca hay disputas en los distritos principales. Hoy en las manifestaciones se canta: “otros países tienen un dictador y nosotros tenemos 18”, porque hay 18 confesiones reconocidas.
A/I: Todo ello, ¿cómo afecta a la vida diaria de la ciudadanía?
C.G.: Es un sistema muy clientelar. Desde que naces hasta que mueres, dependes de una cadena de favores para conseguir tus derechos básicos: si quieres ir a la escuela, tienes que sobornar a alguien; si quieres un empleo, necesitas tener conexiones… si quieres electricidad en tu calle, “muéstrame que me votaste”. El sistema electoral forma parte de este sistema clientelar. Hasta 2018 no teníamos papeletas. Así que en los pueblos pequeños, cuando ibas a votar, te separaban por confesión y género y lo ponían por orden alfabético. Contaban 400 o 500 votos por escuela. Los partidos atendían al recuento y podían decir hasta con una precisión del 99% quién había votado por ellos.
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